lunes, 25 de mayo de 2009

La Revolución de Mayo y su repercusión en el ámbito rioplatense

"Un hecho central plasmó el carácter de la vida social y cultural del Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX: la Revolución”.[1]

En el día de la fecha se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, aquel proceso político que determinó el inicio de la guerra de independencia contra la dominación de la metrópoli española en sus territorios americanos, en este caso concretamente el ámbito del Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires, centro en donde se desencadenó la Revolución de 1810: “(...) La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, (...) tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América (...)”.[2]
Para tratar de comprender el alcance y la extensión que tuvo la Revolución de Mayo, según Jorge Comadrán Ruiz, “partimos de la base (...) de que la Revolución Americana (...), estuvo profundamente enraizada política, ideológica y culturalmente, en la Revolución que se venía gestando (...) en la Madre Patria desde el reinado de Carlos III, (...) que se aceleró (...) con la invasión napoleónica a la Península (...)”.
[3] En efecto, el panorama político de fines del siglo XVIII estaba conformado por el reformismo ilustrado, política de gobierno llevada adelante por la dinastía de los Borbones en el Imperio Español a partir de Felipe V, con Carlos III como su principal referente, y así, la historiografía argentina “(...) tradicionalmente (...) ha considerado este reformismo ilustrado como el antecedente de las revoluciones de independencia (...) se atendía especialmente a los rastros de las ideas políticas de Montesquieu o Rousseau en hombres como Miranda o Moreno, y se veía a los movimientos juntistas de 1810 como la materialización de las ideas del Contrato Social. Contra ella, los hispanistas desarrollaron una tesis diferente: la revolución y la resistencia a la tiranía deben filiarse en la escolástica y en los jesuitas, en el padre Mariana o en Francisco Suárez”.[4]
Al margen de esta polémica historiográfica, la historiografía argentina trató, en sus diversas tendencias, de explicar la Revolución como un movimiento de raíz política y económica llevado adelante por la ciudad de Buenos Aires, ya que “(...) desde principios del S. XVIII, (...) la población blanca en América y (...) en el Río de la Plata, mostraba un predominio aplastante del elemento criollo sobre el europeo (...) de aquella población (...)”
[5], y de esta manera, aparecieron en el escenario político rioplatense los denominados, según Comadrán Ruiz, “criollos nuevos”, quienes “(...) venían abiertos a nuevas perspectivas en lo político, social, económico, cultural, etc.; estaban animados con el nuevo pensamiento que en todos los sentidos animaba a la Península; (...) al tanto de esas nuevas ideas que se manifestaban en la Metrópoli (...)”[6], con lo cual se puede entrever que “(...) la Revolución vino fundamentalmente de España, con el agregado de algunos ingredientes americanos”.[7]

Este lento proceso que se generó en el Río de la Plata, a partir de 1808, fue tomando cada vez una mayor importancia, reflejada en la gran preponderancia que tenía la ciudad de Buenos Aires en el sur americano como un enclave comercial estratégico y en el aspecto militar, era vista como la ciudad que había derrotado la invasión del ejército más poderoso de aquella época, el británico, suceso ocurrido entre los años 1806-1807, lo cual fortaleció la posición de la capital del Virreinato y generó un cada vez mayor cuestionamiento a la autoridad de la Metrópoli española en América.
Con la invasión de Napoleón Bonaparte a España, la situación tomó un giro drástico: al caer la autoridad del monarca Fernando VII, prisionero de los franceses, la Junta Central de Sevilla había decidido tomar el control de los acontecimientos, y mandó reemplazar al virrey de origen francés Santiago de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien, llegado a Buenos Aires en 1809, tuvo grandes dificultades por legitimar su poder sobre los vecinos de la ciudad, sobretodo los “criollos nuevos”, para quienes “(...) mientras no se resolviese favorablemente la crisis de autoridad del Imperio, era necesario conservar íntegros los derechos del rey Fernando VII (...) siendo por lo tanto preferible y legítimo, (...) gobernarse por sí mismos”[8], antes que por los designios de la Junta de Sevilla.
Con este confuso panorama, en Mayo de 1810 se dieron una serie de acontecimientos que precipitaron la Revolución: el 18 del mismo mes la Junta Central de Sevilla cayó en manos de Napoleón, y el Virrey trató de mantener sujetos los hilos del poder, convocando a la realización de un Cabildo Abierto el 22 de mayo, destinada a los vecinos con mayor influencia en la vida política y social de Buenos Aires. Entre otros sucesos, lo que más resaltó en aquella jornada fue la posición de Juan José Castelli, quien “(...) expuso y
sostuvo la realidad de un contrato existente entre los Reyes Hispanos y los Pueblos de América (...). Sostenía, (...) que con la disolución de la Junta Central había caducado el Gobierno Soberano de España, y deducía de este hecho “la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo Gobierno (...) ".[9] Así, el control por parte de los españoles comenzó a debilitarse, y tras tres días de confusión y conflictos políticos, se constituyó una Junta Soberana que terminó por destituir al Virrey Cisneros del poder, aunque sin dejar de demostrar su apoyo al rey cautivo, política igualmente aplicada en el resto de la América española: “(...) La caída de Sevilla y su Junta Central acelera la formación de juntas americanas en Caracas (abril de 1810), Buenos Aires (mayo), Santa Fe (julio), Santiago (septiembre) y Quito (octubre) (...) aducen instalarse en nombre del cautivo Fernando VII, “legítimo rey y señor natural”, y en salvaguarda de sus derechos, y apoyan su legitimidad en los cabildos capitalinos, institución tradicional y a la vez la única con participación de los criollos”.[10] Sin embargo, tal como lo sostiene Comadrán Ruiz, “es casi un lugar común en nuestra historiografía la afirmación de que la invocación (...) de lealtad al rey cautivo no fue sino una “máscara” que encubría la verdadera intención inicial de romper definitivamente con él y con la casa reinante”.[11]
De esta manera, “la Revolución de Mayo puso fin al orden colonial e inició una amarga y larga lucha por la independencia”.
[12]
Aquí propongo realizar un punto de inflexión, como lo expresa H. Ferns: “Cuando uno intenta hacer un balance de la revolución que trajo la independencia política, se tropieza con el problema de la definición. (...) Es un artículo fundamental de fe pública que la Revolución fue “una cosa buena” y que corresponde (...) tener un respeto indiscutible (...). Pero ¿en qué sentido fue una “cosa buena” la Revolución?”.[13] A lo que agrego la opinión de Facundo Arce: “Al estallar la Revolución de Mayo, nuestros antecesores estaban aguardando su hora. (...) Porque Mayo ¿qué representa sino la Libertad y la democracia? Sobre lo primero hubo acuerdo unánime. Sobre lo segundo, discrepancia”.[14]
En otras palabras, lo acontecido en aquellas duras jornadas revistió, a
partir del momento de la Revolución, una importancia de gran alcance para Buenos Aires, porque según lo analiza David Rock, “(...) la nueva Junta encabezada por Saavedra tuvo que asumir la tarea de establecer su autoridad sobre el resto del virreinato (...). Para reforzar y legitimar su autoridad, (...) reiteró la invitación hecha antes por Cisneros: convocar un congreso de delegados del interior para considerar las actitudes que se debía tomar ante los sucesos recientes ocurridos en España”.[15] Pero este accionar provocó conflictos en el seno de la nueva Junta, entre las posturas de Saavedra, más conciliadora, y la de Moreno, quien “(...) instaba a dar pasos más trascendentales: la declaración de la independencia y la proclamación de una república (...)”[16] con el “(...) pleno control del movimiento revolucionario desde Buenos Aires”.[17]
Así, Mariano Moreno “(...) como secretario de la primera Junta y como jefe de su fracción más radical, (...) desde la Gaceta, el periódico que creó, se dedicó a fundamentar el nuevo orden político y, (...) a transformar sus ideas en acciones operantes”.[18] Y de esta forma, “(...) mientras Moreno construía la revolución, Saavedra actuaba como un “visir” de la continuidad y atraía la atención popular sosteniendo “el aparato virreinal”.[19] Y coincidiendo con lo afirmado por Juan Carlos Garavaglia, “(...) las dos cosas no son más que dos caras de un mismo proceso: la lenta y laboriosa construcción de un nuevo estado”.[20]
Además de los conflictos internos, la Revolución tuvo que enfrentar diversas oposiciones de los sectores del Interior, que no habían participado de los acontecimientos de la semana de Mayo y que miraban con desconfianza el intento de Buenos Aires de erigirse como líder: “En buena parte del interior (...) la revolución recibió inmediato apoyo, y a menudo entusiasta, pues allí (...) el régimen borbónico era impopular. (...) Pero el apoyo a la revolución estaba lejos de ser general (...)”
[21], porque desde su origen “(...) la Revolución, (...) había instaurado un proyecto político apoyado en un conjunto de ideologemas radicalmente opuestos a los de la sociedad colonial (...)”.[22] Desde esta perspectiva, en las regiones del interior del Virreinato “(...) el movimiento se manifestó muy pronto como reacción patriótica y antiespañola, pero (...) adoptó la forma de un estrecho patriotismo local”.[23] A pesar de ello, zonas como el Alto Perú y Montevideo permanecieron fieles a Fernando VII y buscaron la manera de derrotar a la Revolución, en tanto que otras regiones como el Litoral y el interior hasta la frontera con el Alto Perú, excepto Córdoba, recibieron “(...) el movimiento porteño de mayo de 1810 con sorpresa primero, y con frenético entusiasmo después. El sentimiento espontáneo de adhesión a la libertad se manifestó con energía y precisión, (...) arraigó con prontitud y comenzó a extenderse y precisarse”.[24] Así, Buenos Aires comenzó a perfilar una política de control basada en alianzas con las elites provinciales, o en el sometimiento a través del ejército de aquellas regiones que no apoyaran el movimiento revolucionario, como sucedió en Córdoba con Santiago de Liniers, quien fue fusilado con los principales líderes de la rebelión por orden de la Junta. Tal como lo explicita Comadrán Ruiz, “(...) la guerra que se sucedió a nuestra Revolución (...) fue una guerra ideológico-política entre dos bandos (...) de europeos y americanos ambos (...)”[25], y además, según la opinión de Oscar Ozslak, “si bien es cierto que la Revolución de Mayo y las luchas de emancipación iniciadas en 1810 marcaron el comienzo del proceso de creación de la nación argentina, la ruptura con el poder imperial no produjo automáticamente la sustitución del Estado colonial por un Estado nacional”.[26]
Como punto clave del proceso revolucionario se puede notar que “(...) la Revolución (...) tuvo sus raíces más profundas y extrajo prácticamente todo su pensamiento (...) de las reformas y el pensamiento político e ideológico que se venía produciendo en España desde Carlos III en adelante, y que se precipitó desde la invasión napoleónica (...)”.
[27] Así, en este contexto particular, puede entenderse que “(...) nuestra Revolución la hicieron los criollos, especialmente los criollos “nuevos” que fueron sus ideólogos, con el apoyo de no pocos peninsulares que compartían sus ideas y aspiraciones (...)”.[28]
Por otra parte, según lo analiza Ferns, “el efecto que tuvo la Revolución sobre el comercio y la industria ha llevado a algunos historiadores (...) a afirmar que la Argentina (...) se convirtió en colonia británica. (...) Las decisiones que se tomaron durante la Revolución, (...) se basaron en el cálculo de beneficios efectuado por intereses argentinos: por los intereses que en el proceso de lucha política maniobraron para colocarse en una posición que les permitiera imponer sus concepciones de una política adecuada”.
[29] Por esta razón, “cuando uno pasa a considerar los cambios en la estructura del Estado, la modificación del sistema de autoridad y los intentos de establecer una nueva base para el orden y la cooperación social, el bien que la Revolución hizo resulta mucho más difícil de discernir”.[30]
Por último, quiero expresar que la Revolución de Mayo constituyó un intento de los vecinos de la ciudad de Buenos Aires de tener el control de la difícil situación política del Virreinato una vez caída la autoridad de España sobre sus colonias de América, fue un sentimiento que los porteños deseaban llevar a cabo, pero que al extenderlo hacia el resto del territorio suscitó conflictos que atravesaron la historia del país durante gran parte del siglo XIX. En sí no significó el anhelo de independencia del régimen español ni la conformación de un Estado nacional, procesos que se terminaron de concretar tiempo después; sin embargo, este acontecimiento es importante de analizar y comprender, porque fue el puntapié inicial del desarrollo de nuestra nacionalidad y porque marcó a fondo la realidad de la Argentina que hoy en día conocemos. Según lo explica Garavaglia, “(...) todo sistema de poder necesita una determinada mise en scène, pero cada época exige componentes (...) distintas en ese aparato teatral (...) ya que, (...) cada sociedad tiene su propio estilo de teatro; gran parte de la vida política de nuestras propias sociedades puede entenderse sólo como una contienda por la autoridad simbólica”.
[31]

Notas:
[1] Myers, Jorge: “Una revolución en las costumbres: las nuevas formas de sociabilidad de la elite porteña, 1800-1860” en Fernando Devoto y María Madero (Dirección): Historia de la vida privada en la Argentina. País antiguo. De la colonia a 1870. Taurus, Buenos Aires, 1999. Pág. 111.
[2] Furlong, Guillermo: Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez. Su influencia en la Revolución de Mayo. Ed. Kraft. Buenos Aires. 1959. Pág. 76.
[3] Comadrán Ruiz, Jorge: Algunas precisiones sobre el proceso de Mayo. (Buenos Aires y el interior) 1808-1812. En Boletín de la Academia Nacional de la Historia. 1991-1992. Pág. 121.
[4] Romero, Luis Alberto: Ilustración y Liberalismo en Iberoamérica (1750-1850) En Vallespín Ed. Historia de la Teoría Política. Alianza Ed., 1995. Págs. 450-451.
[5] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[6] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 133.
[7] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 135.
[8] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 122.
[9] Furlong, Guillermo: Op. Cit., 1959. Pág. 106.
[10] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., 1995. Págs. 462-463.
[11] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 136.
[12] Rock, David: Argentina. 1516-1987. Desde la colonización hasta Alfonsín. Buenos Aires, 1983. Pág. 121.
[13] Ferns, H.: La Argentina. Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1973. Pág. 84.
[14] Arce, Facundo A.: “Ramírez abanderado de Mayo y adalid federalista”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas. Rosario, Universidad Nacional del Litoral, N° 9, 1966-1967. Págs. 92-93.
[15] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[16] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[17] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[18] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., Pág. 464.
[19] Garavaglia, Juan Carlos: “El teatro del poder: ceremonias, tensiones y conflictos en el estado colonial”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 14, 2° semestre de 1996. Pág. 25.
[20] Garavaglia, Juan Carlos: Ibidem. 1996. Pág. 25.
[21] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[22] Myers, Jorge: Op. Cit., 1999. Pág. 114.
[23] Romero, José Luis: Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1975. Pág. 104.
[24] Romero, José Luis: Op. Cit., 1975. Pág. 102.
[25] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 148.
[26] Ozslak, Oscar: La formación del Estado Argentino: Orden, Progreso y Organización Nacional. Paidos. 2005. Pág. 46.
[27] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[28] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 148.
[29] Ferns, H.: Op. Cit., 1973. Págs. 93-94.
[30] Ferns, H.: Ibidem, 1973. Págs. 84-85.
[31] Garavaglia, Juan Carlos: Op. Cit., 1996. Págs. 28-29.


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