sábado, 21 de noviembre de 2009

El Dominado Cristiano de Teodosio I

Luego de la muerte del emperador Constantino acaecida en el 337, le sucedieron en el poder sus hijos, y tiempo después, luego de varias pugnas entre los sucesores, quedaron al frente del Imperio los militares Valentiniano y Valente. Este último gobernó hasta el año 379, cuando al producirse el desborde del limes de la zona del Danubio por una invasión de visigodos, decidió enfrentarlos en la batalla de Adrianópolis, siendo vencido y muerto en el desarrollo de este combate, suceso que dejó al Imperio Romano mal parado y con gran debilidad.
Ante esta difícil situación, el emperador de Occidente, Graciano, sucesor de Valentiniano I, “(...) nombró a un general experimentado, (...) Teodosio, un español, a la categoría de Augusto, y le encargó la custodia del imperio oriental (...)”
[1]. De esta manera, ascendió al poder imperial Teodosio I, que fue coronado en la ciudad de Sirmium el 19 de enero de 379.
Teodosio trató de reorganizar el ejército luego de la dura derrota de Adrianópolis; mediante una serie de reformas en lo militar, organizó al ejército de Oriente en cinco cuerpos al mando de los jefes de la milicia (magister militum), lo cual generó más gastos por parte del Estado, según la opinión de Zósimo: “(...) además de aumentar las cargas por manutención que pesaba sobre el Estado (...) dio pie a que los soldados quedaran expuestos a la avidez de tan alto número de mandos. (...) elevó también el número de comandantes de caballería, (...) que quedó el doble de lo que había antes, mientras que a los soldados no les llegaba nada de lo que el Estado les asignaba.”[2]
De esta manera, el gobierno de Teodosio tuvo que enfrentar numerosas dificultades. En lo referente a la defensa del Imperio frente a los bárbaros que lo acechaban, utilizó diversas políticas según el pueblo y los intereses que estuvieran aparejados, principalmente contra los persas sasánidas y los godos. Con los primeros decidió firmar un acuerdo de paz, entregándoles la mayor parte de la provincia de Armenia; con los segundos, su relación fue más problemática, ya que al producirse una nueva invasión debido a la constante presión militar que los hunos ejercían sobre ellos, Teodosio decidió enfrentarlos, pero luego de un tiempo prefirió negociar, mediante dos maneras: la creación de una zona determinada para el establecimiento de los visigodos para que no tuvieran que seguir en busca de tierras para su supervivencia, en las cercanías del río Danubio; y el reclutamiento de hombres para reforzar el ejército romano. Esto llevó a la firma de un tratado o foedus en el año 382, el cual establecía a los visigodos en calidad de confederados del Imperio, reconociendo su soberanía y sus leyes particulares, con lo cual se dio una migración pacífica de germanos, que entraron a servir en los limes, en la servidumbre doméstica, como mano de obra rural y hasta ocuparon altos cargos en la administración gubernamental y en la corte. Así, “(...) el nuevo emperador se distinguió por su carácter (...) enérgico, sus méritos y (...) su prudencia (...) gracias a decisiones que manifestaban (...) severidad, generosidad y suavidad (...).”
[3]
Sin embargo, según la visión de Zósimo, el gobierno de Teodosio “(...) daba (...) una impresión de afabilidad a cuantos accedían a él, pero prologó con molicie y desidia su reinado, llevando el desorden a las magistraturas ya existentes (...).”[4] Y así, “tal fue el punto al que la desidia del Emperador (...) llevó todas las cosas (...) que dilapidaba al azar los caudales del Estado entre quienes no lo merecían, (...) con lo que puso en venta los gobiernos provinciales (...). Y podía verse cómo cambistas, usureros y otros que ejercían (...) los más viles oficios, brindaban las insignias de las magistraturas y entregaban las provincias a los que disponían de mayores recursos.”[5]
Además, Teodosio llevó a cabo otras medidas, como la fortificación de las plazas más importantes de Oriente y el cobro intensivo de impuestos, medidas ya implementadas por Valentiniano I y Valente I, lo que, según Zósimo, fue perjudicial para el Imperio: “Siendo ya tamaño el mal que para peor había caído (...), la milicia (...) fue menguando hasta verse reducida a la nada, y las ciudades estaban faltas de recursos, (...), los habitantes (...), extenuados por la (...) ruindad de los gobernadores, arrastraban una infortunada (...) vida entre (...) súplicas a la divinidad para que les deparase un medio de poner fin a sus desgracias.”
[6]
En el aspecto religioso, el Emperador Teodosio “(...) era un cristiano radical, (...) representante de la nueva aristocracia fervorosamente cristiana de las provincias occidentales”[7], y esto representó una notable diferencia con Constantino, quien toleró el cristianismo sin dejar de lado la religión pagana, en cambio, con Teodosio “(...) es (...) posible que ya desde su advenimiento estuviese resuelto a convertir la ortodoxia nicena en religión de Estado, dando así el último y decisivo paso en la construcción del Imperium Christianum”[8]. De esta forma, “Teodosio impulsó decididamente la unidad religiosa del imperio e hizo valer (...) la autoridad del emperador incluso en cuestiones relativas a la fe.”[9]
Para combatir a la herejía arriana, Teodosio tuvo en cuenta los decretos que Graciano había dictado, los cuales pusieron fin a la tolerancia religiosa y prohibieron a los arrianos realizar reuniones en sus iglesias y tener sacerdotes, debido a la propagación que tuvo de la mano de los visigodos convertidos. Así, Teodosio dictó en la ciudad de Tesalónica, en febrero de 381, un edicto religioso que reafirmó las disposiciones llevadas a cabo por Graciano, levantó totalmente la tolerancia y “(...) elevó la profesión de fe nicena (...) a única religión del imperio”[10].
Al año siguiente convocó a un segundo Concilio ecuménico en Constantinopla, el cual confirmó lo estipulado en el Concilio de Nicea sobre la consustancialidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, resolviéndose que todas las iglesias del Imperio fueran dirigidas por obispos católicos. De esta forma, Teodosio estableció una Religión de Estado obligatoria para todos, dejó de ser Pontifex Maximus y tomó para sí la atribución de fijar e imponer el dogma católico, lo que llevó al sometimiento paulatino de la Iglesia hacia el Estado, denominado "Cesaropapismo". Esto llevó a un conflicto entre el Emperador y la Iglesia, ya que la relación entre ambos estuvo marcada por los problemas religiosos existentes tanto en Oriente como en Occidente, y Teodosio debió ceder un poco en sus pretensiones frente al obispo de Milán, San Ambrosio.

El emperador Teodosio y San Ambrosio (1619-1620), de Anton van Dyck

Notas:
[1] Goetz, W. y otros: Historia Universal. T II. Espasa Calpe. Madrid, 1945.
[2] Zósimo: Nueva Historia. Gredos. Madrid. 1992. Pág. 362.
[3] Jordanes, Gética, 27-28, en Santos Yanguas, Narciso: Textos para la historia antigua de Roma. Ediciones Cátedra, Madrid, 1983. Págs. 162-163.
[4] Zósimo: Op. Cit. Pág. 362.
[5] Zósimo: Ibidem. Págs. 363-364.
[6] Zósimo: Ibidem. Pág. 364.
[7] García Moreno, Luis: El Bajo Imperio Romano. Editorial Síntesis, Madrid, 1998. Pág. 113.
[8] García Moreno, Luis: Ibidem, 1998. Pág. 113.
[9] Maier, F.: Las transformaciones del mundo mediterráneo. En Historia Universal S. XXI. S XXI. Madrid, 1972. Pág. 111.
[10] Maier, F.: Ibidem, 1972. Pág. 105.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La rebelión de Juan Santos Atahualpa (1742-1756)

De las variadas rebeliones que se suscitaron en el área Andina, correspondiente al Virreinato de Perú, a lo largo del siglo XVIII, una de las más importantes fue la llevada a cabo por Juan Santos Atahualpa. De este singular personaje se conoce muy poco, y hasta podría decirse que su figura tiene un tinte enigmático.
No se conoce exactamente la fecha de su nacimiento, aunque se estima que habría nacido aproximadamente en el 1710, y por otra parte, según lo expresa Ángel Barral Gómez, “(...) se ha especulado con el probable lugar de nacimiento de Juan Santos haciéndole originario de Cajamarca, Chachapoyas e incluso de la misma ciudad del Cuzco (...)”
[1] ya que existen indicios de que habría vivido una gran parte de su vida en la antigua capital incaica, donde se educó con los miembros de la Compañía de Jesús. Esta influencia jesuita en su formación es determinante, debido a que “(...) sus claros vínculos espirituales no dejarán de estar presentes en todas las acciones protagonizadas por este cabecilla, confiriendo unas claras connotaciones mesiánicas a su empresa.”[2] Además, el hecho de conocer las reglas y los hábitos practicados por los jesuitas ayudaron a formar su ideología y a asegurarle un sostén en cierta forma místico, ya que de esta manera, “el papel mesiánico de Juan Santos Atahuallpa es legitimado tanto por símbolos católicos como andinos.”[3]
Con el correr del tiempo, Juan Santos Atahualpa emprendió supuestos viajes a Angola y a la Península Ibérica, junto a los jesuitas, y tiempo después, apareció en las sierras centrales del Perú en 1742 dando a conocer una buena nueva para aquellos indígenas que estuvieran en contra del régimen colonial español: “Pronto se esparcieron las noticias por todos los rincones del lluvioso y siempre verde bosque tropical (...) y a la llamada de su voz desde todos los lugares a confluir con él en Quisopango, cohesionando con sus predicaciones a las tribus amazónicas frente a las que tomó el nombre del inca quiteño muerto en Cajamarca, Atau Haullpa (...).”[4]
El objeto de su prédica era el restablecimiento del viejo sistema político incaico, y según su programa, al decir de uno de los mayores estudiosos de la denominada “Era de Insurrección Andina (1742-1782)”
[5], Steve Stern, “(…) el nuevo orden liberaría a los indios de sus opresiones y traería prosperidad a los vasallos americanos del Inca. El cataclismo comenzaría en la selva, se extendería a la sierra y culminaría con la coronación del nuevo Inca Rey en la propia Lima.”[6] De esta manera, “(…) Juan Santos Atahuallpa es el líder en el que por primera vez se materializa la vieja idea del retorno del Inca. Frente al desorden reinante por la corrupción y los abusos de los corregidores, proclama la abolición del dominio español y la recuperación de su reino.”[7]
Para comprender con un mayor grado de alcance el impacto de la rebelión de Juan Santos Atahualpa, es necesario vislumbrar y tener en cuenta que este individuo ejercía un liderazgo fundamentado en el mesianismo andino, de una manera similar a como lo hará en su rebelión Túpac Amaru II. Este mesianismo, según Ossio, constituye “(...) un fenómeno impregnado de religiosidad que está latente en los Andes desde antes de la Conquista (...). Las expresiones de este fenómeno (...) son múltiples pero debajo de ellas una estructura andina sigue manteniendo su fuerza (...) sobre una forma mítica de ver el tiempo, el espacio, el orden social (...).”[8] De esta forma, Juan Santos Atahualpa utilizó el mesianismo para imbuir a su rebelión de un componente que él creía que sería fundamental para lograr extender el levantamiento hacia el interior del Virreinato del Perú, es decir, la antigua cosmovisión incaica como pilar principal de su liderazgo y el acatamiento de su nuevo poder, ya que, “(...) el líder, por cuanto tal, tiende siempre a la conservación de las estructuras y valores de integración respecto de su mismo liderazgo (...).”[9] Por esta razón, los estudiosos coinciden en presentar al levantamiento de Juan Santos Atahualpa como un fenómeno distinto al resto de las rebeliones del siglo XVIII.[10]
Para legitimar su actitud mesiánica con la cual fue reconocido descendiente de los antiguos Incas, según él lo sostenía, adoptó, según hemos visto, el nombre del inca Atahualpa con el objeto de restablecer el viejo sistema político incaico mediante la expulsión de todo elemento europeo del continente americano. Así, según la expresión de Ossio, “todos estos atributos que realzan su condición mesiánica son (...) reflejados en su nombre. (...) “Santos” viene de su vinculación con el Espíritu Santo, el de “Atahuallpa” y (…) “Juan”, por su identidad con el último Inca, el de “Apu” por ser “Poderoso” y, finalmente, el de “Guainacapac” [Huayna Cápac], por considerarse hijo de este Inca.”
[11] Además, la misma figura de Juan Santos Atahualpa fue determinante para la consolidación de su liderazgo, equiparándose a los héroes que forjaron el Tawantinsuyu: “Como muchos personajes de la mitología prehispánica, era un enviado divino cubierto con pobres atuendos. Entre sus poderes estaba el hacer temblar la tierra y como los héroes fundadores del imperio, venía de una casa de piedra y era uno de cuatro hermanos.”[12]
Sin embargo, esta rebelión nunca tuvo mucha incidencia en la región andina central, sino que se concentró, principalmente, en la zona selvática, refugio de las huestes de Juan Santos Atahualpa: “La selva central era una región de frontera: (...) ecológica, religiosa, étnica... Allí se encontraban sistemas económicos y culturales diferentes. (...) Era un espacio propicio para albergar a personas desarraigadas (...) que (...) venían de lugares muy diferentes como Huancavelica, Castrovirreyna, pero también de Huamanga, Huanta y más lejos, del Cusco y La Paz.”
[13]
Este líder trató de extender la rebelión hacia el área serrana mediante una serie de excursiones militares, pero no consiguió llevar a cabo su cometido, debido al rápido contraataque que organizaron las autoridades del Virreinato del Perú con medidas como la exención de la mita minera a las localidades de Jauja y Tarma, de importancia central en el control de la sierra, y el reemplazo de los corregidores de dichas localidades por militares que tomaron sus respectivas funciones en sus manos, entre otras. Estas medidas lograron evitar la propagación del levantamiento hacia las demás regiones del Virreinato, a pesar de los esfuerzos que propiciaba Juan Santos Atahualpa en la organización de ataques esporádicos, con frecuencia nocturnos, lo que dificultó en gran manera la posibilidad de ganar adeptos a su causa en las mismas sierras centrales. Por otra parte, según lo sostiene Flores Galindo, “(...) el nombre de Atahualpa no traía recuerdos necesariamente positivos. Juan Santos podía enrolar a personajes desarraigados, indios forasteros, mestizos vagabundos pero no a indios de comunidades, que constituían el grueso de la población de esa zona.”[14]
En este contexto particular, “(...) se va a abrir un paréntesis de unos cinco años (...) a lo largo de los cuales (...) Juan Santos Atau Huallpa será dueño y señor absoluto de la selva, hasta que al final de este período crea llegado su momento y pase abiertamente a la ofensiva en el año 1751 (...).”[15] Empero, esta situación confluyó en un paulatino desvanecimiento de la fuerza originaria de la insurrección, alternándose períodos de combates intensivos y sorpresivos con otros de prolongada inactividad por parte de los grupos enfrentados, hasta la supuesta muerte final de Juan Santos Atahualpa, aproximadamente en 1756, encerrado en su reducto selvático: “(...) para unos murió durante una fiesta envenenado por un cacique enemigo, para otros sería uno de sus hombres quien le heriría gravemente de una pedrada (...) desapareciendo así este capacitado guerrillero rodeado de una aureola misteriosa que hasta hoy envuelve su persona sin haber sido nunca capturado ni vencido por las tropas a las que tan enérgicamente supo oponerse.”[16] Este hecho terminó por acallar el levantamiento.

Ejecución de frailes franciscanos por los indígenas servidores de Juan Santos Atahualpa, el 17 de Septiempre de 1742, luego del episodio conocido como la batalla del río de la Sal (Perené). Mural del Convento de Ocopa.


Notas:
[1] Barral Gómez, Ángel: Rebeliones indígenas en la América Española. Madrid. Editorial MAPFRE, 1992. Pág. 195.
[2] Barral Gómez, Ángel: Ibidem., 1992. Pág. 195.
[3] Ossio, Juan M.: Los indios del Perú. Madrid. Editorial MAPFRE, 1992. Pág. 190.
[4] Barral Gómez, Ángel: Op. Cit., 1992. Pág. 195.
[5] Stern, Steve: Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX. Lima. Instituto de Estudios Peruanos, 1990. Pág. 51.
[6] Stern, Steve: Ibidem., 1990. Pág. 60-61.
[7] Ossio, Juan M.: Op. Cit., 1992. Pág. 189.
[8] Ossio, Juan M.: Ibidem., 1992. Pág. 181.
[9] Bobbio, Norberto; Matteucci, Incola y Pasquino, Gianfranco: Diccionario de política. México. Siglo XXI, 1983. Pág. 915.
[10] Acerca de la posición de los estudiosos sobre la rebelión de Juan Santos Atahualpa, véase las obras de Scarlett O’Phelan Godoy: Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia 1700-1783., 1988 [1985] y Steve Stern: Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX., 1990 [1987].
[11] Ossio, Juan M.: Op. Cit., 1992. Pág. 190.
[12] Flores Galindo, Alberto: Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes. Lima. Horizonte, 1994. Pág. 88.
[13] Flores Galindo, Alberto: Ibidem., 1994. Págs. 86-87.
[14] Flores Galindo, Alberto: Ibidem., 1994. Pág. 92.
[15] Barral Gómez, Ángel: Op. Cit., 1992. Pág. 197.
[16] Barral Gómez, Ángel: Ibidem., 1992. Págs. 198-199.

Fuentes:
Apuntes de clase teórica de Historia de América I - Período Hispánico (Prof. Santiago Rex Bliss), 02/06/09.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El ejército Asirio: instrumento de dominación


El ejército asirio, en muchas ocasiones, fue la llave de las principales conquistas del Imperio, llegando al punto de convertirse en la fuerza militar más poderosa y organizada del Cercano Oriente en la Antigüedad.
Estaba compuesto, básicamente, de infantería y caballería. En los relieves la infantería, principal fuerza del ejército, aparece dotada de cascos puntiagudos de metal o terminados en una alta cimera; corazas de cuero o simplemente largas túnicas; botas largas o sandalias; y armada con lanzas, espadas cortas, escudos, arcos, flechas, hondas; armas que variaban de acuerdo a si se trataba de infantería pesada o ligera, aunque únicamente la infantería pesada iba al combate protegida con una armadura. Los infantes ligeros, por su parte, cumplían la función de rechazar los ataques enemigos, despejando el camino para el paso de los ejércitos reales.
La caballería se dividía en dos ramas: por un lado estaban los carros de guerra, compuestos cada uno por cuatro hombres: un conductor, que dirigía el carro, un guerrero armado con lanza o arco y dos escuderos que lo protegían; este tipo de arma era el más empleado por los reyes y los nobles, ya que disponían de recursos para mantenerla. Y por otro lado, se encontraba la caballería montada, que fue inventada por los propios asirios; siendo uno de los elementos fundamentales a la hora de la batalla, ya que les permitió disponer de una mayor movilidad y una fuerza de ataque rápida y efectiva. Los jinetes estaban vestidos con cascos en punta o vinchas en la cabeza, cotas de malla, y armados con lanzas o arcos. Montaban sobre una pequeña alfombra en el lomo del caballo, y no utilizaban sillas ni estribos.
Para el asedio de las ciudades, los asirios contaron con máq
uinas de guerra, como el ariete, la catapulta, y la torre de asalto con ruedas, otro de sus inventos. Además, dispusieron de un cuerpo de ingenieros especiales, los cuales fabricaban las máquinas, y eran los encargados de construir galerías subterráneas debajo de las murallas para facilitar la entrada a las ciudades, y de arrasar y demoler las mismas una vez conquistadas.
Con respecto al sistema de dominación empleado para
mantener sujeta la voluntad de sus súbditos, mediante un análisis de los testimonios que dejaron los reyes en sus palacios, puede verse con claridad que los asirios aplicaron métodos usuales de dominación junto a prácticas desconocidas, o no tan utilizadas, que sembraron, no sin razón, el pánico y el terror a aquellos individuos o poblaciones lo bastante atrevidos como para animarse a enfrentar el yugo asirio. Uno de estos nuevos métodos de terror fue la deportación de la población rebelde hacia horizontes foráneos, implementado por Tiglat-pileser III. Esto constituía un proceso de aculturación, que terminaba por destruir, en muchos casos, la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia a un país o grupo determinado de la población deportada, lo cual, unido al tributo que debía pagar al soberano y al hecho de tener que convivir por la fuerza con conjuntos heterogéneos y de diversas nacionalidades y costumbres; hizo aumentar en gran proporción las tasas de mortalidad, ya sea por asesinatos, suicidios, torturas, etc., con la importante consecuencia de no poder consumarse levantamientos en contra de esta opresión brutal. Sin embargo, la deportación significó para Asiria una buena oportunidad para tratar de mejorar sus estructuras edilicias, como así también las parcelas de cultivos y la incorporación de nuevas técnicas artesanales. Mientras más debilitaban a sus enemigos y tributarios, más se fortalecía Asiria como potencia imperial, aunque esto no siempre significó ventajas, según la opinión de Mario Liverani: “(…) el imperio parece más extenso y fuerte que nunca: todo está bajo control- o casi todo. ¿Quién podía imaginar que los nuevos problemas (…) acumulándose a los viejos (…) provocarían un derrumbamiento repentino y definitivo?”[1]

Sitio y destrucción total de la ciudad de Gazru por el ejército asirio dirigido por Tiglat-pileser III. Relieve encontrado en el palacio de Nimrud.


Notas:
[1] Liverani, M: El Antiguo Oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica, Barcelona, 1995. Pág. 628.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

1ª Aniversario de La Historia y su Alcance

Hoy 4 de Noviembre de 2009 el blog La Historia y su Alcance cumple un año de existencia, quisiera agradecer en este sencillo posteo a todos aquellos navegantes virtuales que hayan explorado el blog en búsqueda de conocimiento histórico, y quiero aprovechar esta oportunidad para comunicar que todos aquellos que lo deseen pueden expresar sus opiniones y sugerir temas para el debate, a partir de este momento trataré de postear más seguido y realizar algunos cambios en el blog, mi deseo es que pueda servir para aquellos interesados en la indagación de los procesos sociales y su relación con la realidad y memoria históricas. Tal como lo explicita el historiador medievalista Jacques Le Goff: "La memoria intenta preservar el pasado sólo para que le sea útil al presente y a los tiempos venideros (...)".

La Novena Tesis de Filosofía de la Historia de Walter Benjamin: Angelus Novus

En este nuevo posteo, les presento la tesis novena de la Filosofía de la Historia que realizó el filósofo alemán judío Walter Benjamin en 1940, un tiempo anterior a su trágico suicidio en Portbou, en la frontera franco española, el 27 de Septiembre del mismo año. Este texto, Geschichtsphilosophische Thesen (Tesis sobre la filosofía de la Historia) se encuentra dentro de un conjunto de 18 tesis que tratan acerca de la concepción de la Filosofía de la Historia, publicándose póstumamente en 1959.
Por otra parte, la historia del cuadro de Paul Klee titulada Angelus Novus, que Benjamin utilizó para alegorizar su novena tesis, tiene aún hoy una gran significación. El cuadro fue pintado por el pintor expresionista en 1920, durante su pertenencia al grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) siendo además uno de los principales exponentes de la controvertida corriente pictórica. En 1921, el grupo realizó una exposición en la ciudad de Munich, la capital del arte alemán, y fue allí donde Walter Benjamin adquirió la pintura. Desde la visión artística, el “Angelus Novus” manifiesta la tensión entre lo universal y lo individual, la unión entre lo que pertenece al cosmos y aquello que forma parte de la tierra, la representación de todo lo que existe y de todo cuanto sucede en el alma de los seres humanos, y es desde esta perspectiva existencial desde donde Klee construye su universo artístico, su mundo pictórico, en el que fantasía y mitología parecen proporcionar vida a lo representado por el artista; todo lo cual cobra íntima relación con la filosofía de la historia de Benjamin.
En 1940, antes de partir a los Pirineos para intentar escapar de los nazis, Benjamin dejó la acuarela a resguardo de G. Bataille en la Biblioteca Nacional de París, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue trasladada a los Estados Unidos por el filósofo Theodor Adorno, amigo de Benjamin y miembro de la Escuela de Frankfurt, quien a su regreso a dicho centro la trasladó consigo. En la actualidad la acuarela se encuentra en el Museo de Israel en Jerusalén, legada por la viuda de Gershom Scholem.

Tengo las alas prontas para alzarme,
Con gusto vuelvo atrás,
Porque de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría poca suerte.

Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.


Graham Budgett -The Angel of History/Der Engel der Geschichte - from Berlin bei Nacht, 1987 - Cibachrome on aluminium 100x75cm





Bibliografía/ Fuentes:
Benjamin, Walter: Discursos interrumpidos. Buenos Aires, Taurus, 1989 [1940]. T1. Pág. 183.
Apuntes de clase de Filosofía de la Historia (Dr. Ramón Eduardo Ruiz Pesce) 14/10/09.
http://www.paideiapoliteia.org.ar
http://mundofilosofia.portalmundos.com/mas-alla-de-la-pintura-paul-klee-y-walter-benjamin-unidos-por-el-angel-de-la-historia/
http://en.wikipedia.org/wiki/Angelus_Novus

lunes, 25 de mayo de 2009

La Revolución de Mayo y su repercusión en el ámbito rioplatense

"Un hecho central plasmó el carácter de la vida social y cultural del Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX: la Revolución”.[1]

En el día de la fecha se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, aquel proceso político que determinó el inicio de la guerra de independencia contra la dominación de la metrópoli española en sus territorios americanos, en este caso concretamente el ámbito del Virreinato del Río de la Plata, cuya capital era Buenos Aires, centro en donde se desencadenó la Revolución de 1810: “(...) La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, (...) tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América (...)”.[2]
Para tratar de comprender el alcance y la extensión que tuvo la Revolución de Mayo, según Jorge Comadrán Ruiz, “partimos de la base (...) de que la Revolución Americana (...), estuvo profundamente enraizada política, ideológica y culturalmente, en la Revolución que se venía gestando (...) en la Madre Patria desde el reinado de Carlos III, (...) que se aceleró (...) con la invasión napoleónica a la Península (...)”.
[3] En efecto, el panorama político de fines del siglo XVIII estaba conformado por el reformismo ilustrado, política de gobierno llevada adelante por la dinastía de los Borbones en el Imperio Español a partir de Felipe V, con Carlos III como su principal referente, y así, la historiografía argentina “(...) tradicionalmente (...) ha considerado este reformismo ilustrado como el antecedente de las revoluciones de independencia (...) se atendía especialmente a los rastros de las ideas políticas de Montesquieu o Rousseau en hombres como Miranda o Moreno, y se veía a los movimientos juntistas de 1810 como la materialización de las ideas del Contrato Social. Contra ella, los hispanistas desarrollaron una tesis diferente: la revolución y la resistencia a la tiranía deben filiarse en la escolástica y en los jesuitas, en el padre Mariana o en Francisco Suárez”.[4]
Al margen de esta polémica historiográfica, la historiografía argentina trató, en sus diversas tendencias, de explicar la Revolución como un movimiento de raíz política y económica llevado adelante por la ciudad de Buenos Aires, ya que “(...) desde principios del S. XVIII, (...) la población blanca en América y (...) en el Río de la Plata, mostraba un predominio aplastante del elemento criollo sobre el europeo (...) de aquella población (...)”
[5], y de esta manera, aparecieron en el escenario político rioplatense los denominados, según Comadrán Ruiz, “criollos nuevos”, quienes “(...) venían abiertos a nuevas perspectivas en lo político, social, económico, cultural, etc.; estaban animados con el nuevo pensamiento que en todos los sentidos animaba a la Península; (...) al tanto de esas nuevas ideas que se manifestaban en la Metrópoli (...)”[6], con lo cual se puede entrever que “(...) la Revolución vino fundamentalmente de España, con el agregado de algunos ingredientes americanos”.[7]

Este lento proceso que se generó en el Río de la Plata, a partir de 1808, fue tomando cada vez una mayor importancia, reflejada en la gran preponderancia que tenía la ciudad de Buenos Aires en el sur americano como un enclave comercial estratégico y en el aspecto militar, era vista como la ciudad que había derrotado la invasión del ejército más poderoso de aquella época, el británico, suceso ocurrido entre los años 1806-1807, lo cual fortaleció la posición de la capital del Virreinato y generó un cada vez mayor cuestionamiento a la autoridad de la Metrópoli española en América.
Con la invasión de Napoleón Bonaparte a España, la situación tomó un giro drástico: al caer la autoridad del monarca Fernando VII, prisionero de los franceses, la Junta Central de Sevilla había decidido tomar el control de los acontecimientos, y mandó reemplazar al virrey de origen francés Santiago de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien, llegado a Buenos Aires en 1809, tuvo grandes dificultades por legitimar su poder sobre los vecinos de la ciudad, sobretodo los “criollos nuevos”, para quienes “(...) mientras no se resolviese favorablemente la crisis de autoridad del Imperio, era necesario conservar íntegros los derechos del rey Fernando VII (...) siendo por lo tanto preferible y legítimo, (...) gobernarse por sí mismos”[8], antes que por los designios de la Junta de Sevilla.
Con este confuso panorama, en Mayo de 1810 se dieron una serie de acontecimientos que precipitaron la Revolución: el 18 del mismo mes la Junta Central de Sevilla cayó en manos de Napoleón, y el Virrey trató de mantener sujetos los hilos del poder, convocando a la realización de un Cabildo Abierto el 22 de mayo, destinada a los vecinos con mayor influencia en la vida política y social de Buenos Aires. Entre otros sucesos, lo que más resaltó en aquella jornada fue la posición de Juan José Castelli, quien “(...) expuso y
sostuvo la realidad de un contrato existente entre los Reyes Hispanos y los Pueblos de América (...). Sostenía, (...) que con la disolución de la Junta Central había caducado el Gobierno Soberano de España, y deducía de este hecho “la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo Gobierno (...) ".[9] Así, el control por parte de los españoles comenzó a debilitarse, y tras tres días de confusión y conflictos políticos, se constituyó una Junta Soberana que terminó por destituir al Virrey Cisneros del poder, aunque sin dejar de demostrar su apoyo al rey cautivo, política igualmente aplicada en el resto de la América española: “(...) La caída de Sevilla y su Junta Central acelera la formación de juntas americanas en Caracas (abril de 1810), Buenos Aires (mayo), Santa Fe (julio), Santiago (septiembre) y Quito (octubre) (...) aducen instalarse en nombre del cautivo Fernando VII, “legítimo rey y señor natural”, y en salvaguarda de sus derechos, y apoyan su legitimidad en los cabildos capitalinos, institución tradicional y a la vez la única con participación de los criollos”.[10] Sin embargo, tal como lo sostiene Comadrán Ruiz, “es casi un lugar común en nuestra historiografía la afirmación de que la invocación (...) de lealtad al rey cautivo no fue sino una “máscara” que encubría la verdadera intención inicial de romper definitivamente con él y con la casa reinante”.[11]
De esta manera, “la Revolución de Mayo puso fin al orden colonial e inició una amarga y larga lucha por la independencia”.
[12]
Aquí propongo realizar un punto de inflexión, como lo expresa H. Ferns: “Cuando uno intenta hacer un balance de la revolución que trajo la independencia política, se tropieza con el problema de la definición. (...) Es un artículo fundamental de fe pública que la Revolución fue “una cosa buena” y que corresponde (...) tener un respeto indiscutible (...). Pero ¿en qué sentido fue una “cosa buena” la Revolución?”.[13] A lo que agrego la opinión de Facundo Arce: “Al estallar la Revolución de Mayo, nuestros antecesores estaban aguardando su hora. (...) Porque Mayo ¿qué representa sino la Libertad y la democracia? Sobre lo primero hubo acuerdo unánime. Sobre lo segundo, discrepancia”.[14]
En otras palabras, lo acontecido en aquellas duras jornadas revistió, a
partir del momento de la Revolución, una importancia de gran alcance para Buenos Aires, porque según lo analiza David Rock, “(...) la nueva Junta encabezada por Saavedra tuvo que asumir la tarea de establecer su autoridad sobre el resto del virreinato (...). Para reforzar y legitimar su autoridad, (...) reiteró la invitación hecha antes por Cisneros: convocar un congreso de delegados del interior para considerar las actitudes que se debía tomar ante los sucesos recientes ocurridos en España”.[15] Pero este accionar provocó conflictos en el seno de la nueva Junta, entre las posturas de Saavedra, más conciliadora, y la de Moreno, quien “(...) instaba a dar pasos más trascendentales: la declaración de la independencia y la proclamación de una república (...)”[16] con el “(...) pleno control del movimiento revolucionario desde Buenos Aires”.[17]
Así, Mariano Moreno “(...) como secretario de la primera Junta y como jefe de su fracción más radical, (...) desde la Gaceta, el periódico que creó, se dedicó a fundamentar el nuevo orden político y, (...) a transformar sus ideas en acciones operantes”.[18] Y de esta forma, “(...) mientras Moreno construía la revolución, Saavedra actuaba como un “visir” de la continuidad y atraía la atención popular sosteniendo “el aparato virreinal”.[19] Y coincidiendo con lo afirmado por Juan Carlos Garavaglia, “(...) las dos cosas no son más que dos caras de un mismo proceso: la lenta y laboriosa construcción de un nuevo estado”.[20]
Además de los conflictos internos, la Revolución tuvo que enfrentar diversas oposiciones de los sectores del Interior, que no habían participado de los acontecimientos de la semana de Mayo y que miraban con desconfianza el intento de Buenos Aires de erigirse como líder: “En buena parte del interior (...) la revolución recibió inmediato apoyo, y a menudo entusiasta, pues allí (...) el régimen borbónico era impopular. (...) Pero el apoyo a la revolución estaba lejos de ser general (...)”
[21], porque desde su origen “(...) la Revolución, (...) había instaurado un proyecto político apoyado en un conjunto de ideologemas radicalmente opuestos a los de la sociedad colonial (...)”.[22] Desde esta perspectiva, en las regiones del interior del Virreinato “(...) el movimiento se manifestó muy pronto como reacción patriótica y antiespañola, pero (...) adoptó la forma de un estrecho patriotismo local”.[23] A pesar de ello, zonas como el Alto Perú y Montevideo permanecieron fieles a Fernando VII y buscaron la manera de derrotar a la Revolución, en tanto que otras regiones como el Litoral y el interior hasta la frontera con el Alto Perú, excepto Córdoba, recibieron “(...) el movimiento porteño de mayo de 1810 con sorpresa primero, y con frenético entusiasmo después. El sentimiento espontáneo de adhesión a la libertad se manifestó con energía y precisión, (...) arraigó con prontitud y comenzó a extenderse y precisarse”.[24] Así, Buenos Aires comenzó a perfilar una política de control basada en alianzas con las elites provinciales, o en el sometimiento a través del ejército de aquellas regiones que no apoyaran el movimiento revolucionario, como sucedió en Córdoba con Santiago de Liniers, quien fue fusilado con los principales líderes de la rebelión por orden de la Junta. Tal como lo explicita Comadrán Ruiz, “(...) la guerra que se sucedió a nuestra Revolución (...) fue una guerra ideológico-política entre dos bandos (...) de europeos y americanos ambos (...)”[25], y además, según la opinión de Oscar Ozslak, “si bien es cierto que la Revolución de Mayo y las luchas de emancipación iniciadas en 1810 marcaron el comienzo del proceso de creación de la nación argentina, la ruptura con el poder imperial no produjo automáticamente la sustitución del Estado colonial por un Estado nacional”.[26]
Como punto clave del proceso revolucionario se puede notar que “(...) la Revolución (...) tuvo sus raíces más profundas y extrajo prácticamente todo su pensamiento (...) de las reformas y el pensamiento político e ideológico que se venía produciendo en España desde Carlos III en adelante, y que se precipitó desde la invasión napoleónica (...)”.
[27] Así, en este contexto particular, puede entenderse que “(...) nuestra Revolución la hicieron los criollos, especialmente los criollos “nuevos” que fueron sus ideólogos, con el apoyo de no pocos peninsulares que compartían sus ideas y aspiraciones (...)”.[28]
Por otra parte, según lo analiza Ferns, “el efecto que tuvo la Revolución sobre el comercio y la industria ha llevado a algunos historiadores (...) a afirmar que la Argentina (...) se convirtió en colonia británica. (...) Las decisiones que se tomaron durante la Revolución, (...) se basaron en el cálculo de beneficios efectuado por intereses argentinos: por los intereses que en el proceso de lucha política maniobraron para colocarse en una posición que les permitiera imponer sus concepciones de una política adecuada”.
[29] Por esta razón, “cuando uno pasa a considerar los cambios en la estructura del Estado, la modificación del sistema de autoridad y los intentos de establecer una nueva base para el orden y la cooperación social, el bien que la Revolución hizo resulta mucho más difícil de discernir”.[30]
Por último, quiero expresar que la Revolución de Mayo constituyó un intento de los vecinos de la ciudad de Buenos Aires de tener el control de la difícil situación política del Virreinato una vez caída la autoridad de España sobre sus colonias de América, fue un sentimiento que los porteños deseaban llevar a cabo, pero que al extenderlo hacia el resto del territorio suscitó conflictos que atravesaron la historia del país durante gran parte del siglo XIX. En sí no significó el anhelo de independencia del régimen español ni la conformación de un Estado nacional, procesos que se terminaron de concretar tiempo después; sin embargo, este acontecimiento es importante de analizar y comprender, porque fue el puntapié inicial del desarrollo de nuestra nacionalidad y porque marcó a fondo la realidad de la Argentina que hoy en día conocemos. Según lo explica Garavaglia, “(...) todo sistema de poder necesita una determinada mise en scène, pero cada época exige componentes (...) distintas en ese aparato teatral (...) ya que, (...) cada sociedad tiene su propio estilo de teatro; gran parte de la vida política de nuestras propias sociedades puede entenderse sólo como una contienda por la autoridad simbólica”.
[31]

Notas:
[1] Myers, Jorge: “Una revolución en las costumbres: las nuevas formas de sociabilidad de la elite porteña, 1800-1860” en Fernando Devoto y María Madero (Dirección): Historia de la vida privada en la Argentina. País antiguo. De la colonia a 1870. Taurus, Buenos Aires, 1999. Pág. 111.
[2] Furlong, Guillermo: Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez. Su influencia en la Revolución de Mayo. Ed. Kraft. Buenos Aires. 1959. Pág. 76.
[3] Comadrán Ruiz, Jorge: Algunas precisiones sobre el proceso de Mayo. (Buenos Aires y el interior) 1808-1812. En Boletín de la Academia Nacional de la Historia. 1991-1992. Pág. 121.
[4] Romero, Luis Alberto: Ilustración y Liberalismo en Iberoamérica (1750-1850) En Vallespín Ed. Historia de la Teoría Política. Alianza Ed., 1995. Págs. 450-451.
[5] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[6] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 133.
[7] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 135.
[8] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 122.
[9] Furlong, Guillermo: Op. Cit., 1959. Pág. 106.
[10] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., 1995. Págs. 462-463.
[11] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 136.
[12] Rock, David: Argentina. 1516-1987. Desde la colonización hasta Alfonsín. Buenos Aires, 1983. Pág. 121.
[13] Ferns, H.: La Argentina. Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1973. Pág. 84.
[14] Arce, Facundo A.: “Ramírez abanderado de Mayo y adalid federalista”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas. Rosario, Universidad Nacional del Litoral, N° 9, 1966-1967. Págs. 92-93.
[15] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[16] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[17] Rock, David: Ibidem, 1983. Pág. 123.
[18] Romero, Luis Alberto: Op. Cit., Pág. 464.
[19] Garavaglia, Juan Carlos: “El teatro del poder: ceremonias, tensiones y conflictos en el estado colonial”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 14, 2° semestre de 1996. Pág. 25.
[20] Garavaglia, Juan Carlos: Ibidem. 1996. Pág. 25.
[21] Rock, David: Op. Cit., 1983. Pág. 122.
[22] Myers, Jorge: Op. Cit., 1999. Pág. 114.
[23] Romero, José Luis: Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1975. Pág. 104.
[24] Romero, José Luis: Op. Cit., 1975. Pág. 102.
[25] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 148.
[26] Ozslak, Oscar: La formación del Estado Argentino: Orden, Progreso y Organización Nacional. Paidos. 2005. Pág. 46.
[27] Comadrán Ruiz, Jorge: Op. Cit., 1991-1992. Pág. 147.
[28] Comadrán Ruiz, Jorge: Ibidem. 1991-1992. Pág. 148.
[29] Ferns, H.: Op. Cit., 1973. Págs. 93-94.
[30] Ferns, H.: Ibidem, 1973. Págs. 84-85.
[31] Garavaglia, Juan Carlos: Op. Cit., 1996. Págs. 28-29.


jueves, 2 de abril de 2009

2 de Abril: Día de Homenaje a los Veteranos y Caídos en la Guerra de Malvinas


“A los heroicos soldados de aire, mar y tierra que ofrendaron sus vidas por la dignidad de la Patria, y por un ideal permanente de la Nación Argentina.” Bonifacio del Carril

“(...) no habrá silencio, mientras el archipiélago se encuentre en poder del extranjero.” Alfredo Palacios

El aspecto geográfico de las Islas Malvinas es así descrito por Paul Groussac:
“Se hallan en el Océano Atlántico Austral, en la plataforma continental argentina (...) Constituyen un archipiélago con una extensión (...) de 11.700 Km2, formado por dos islas mayores – Soledad (...) y Gran Malvina (...)- más unas 100 islas e islotes.
Las dos islas están separadas por el estrecho de San Carlos. (...)
El relieve (...) en general es bajo, algo serrano, (...) cuyas altitudes no exceden los 700 metros.
(...) La sinuosidad de las costas se debe (...) a las fluctuaciones del nivel del mar.
El clima es típicamente marítimo, frío, severo y desapacible.
La temperatura media es de 3-4° C.”
[1]

En este territorio fue donde se libró, en la década del ’80, una de las contiendas más desastrosas de la historia argentina, llevada a cabo con el objeto de recuperar la soberanía argentina en este espacio insular.
Estas islas “fueron avistadas desde época muy temprana (...)”
[2] por navegantes españoles a partir del siglo XVI, ya que “(...) no cabe duda que los españoles las conocían como se desprende de la cartografía de la época.”[3]
Hasta el siglo XVIII fueron exploradas por navíos holandeses, franceses e ingleses, pero durante el reinado de Carlos III de España “el gobierno (...) se mostró inflexible acerca del derecho de posesión de las islas”
[4], política que chocó con los intereses económicos y coloniales británicos hasta la época de las guerras de independencia en América Latina, a principios del siglo XIX, al término de las cuales Inglaterra ocupó sorpresivamente las Islas Malvinas el 2 de enero de 1833, expulsando al gobernador isleño designado por las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo cual constituyó un atropello a la soberanía argentina en las islas, ya que, al ser las Provincias Unidas herederas de España, le correspondían legítimamente “ (...) todo el territorio marítimo comprendido en el antiguo virreinato de Buenos Aires (...).”[5]
Así, desde la época de Rosas hasta la década de 1970, la Argentina elevó sus protestas hacia la política llevada adelante por el Reino Unido sin obtener mayores respuestas, lo que tuvo un giro drástico a partir del momento del derrocamiento del gobierno constitucional argentino en el golpe de Estado de 1976 y la instalación de la Junta Militar al frente del país.
En este contexto, en 1882, el teniente general presidente
Leopoldo Fortunato Galtieri ordenó al ejército argentino la ocupación de las islas, hecho efectuado el 2 de abril del mismo año. Sin embargo, la administración conservadora de Margaret Thatcher, primer ministra de Gran Bretaña, decidió enviar una gran flota con destino al Atlántico sur con el objeto de combatir a las fuerzas argentinas, actitud que desató la guerra de Malvinas entre Argentina e Inglaterra, que terminó dos meses después con la derrota aplastante y catastrófica de los militares argentinos frente al mucho mejor equipado ejército británico. Sin embargo, la actitud de los argentinos en la guerra fue comprometida, como lo testimonió un joven marino inglés muerto en el transcurso de la guerra, David Tinker: “Lo que Mrs. Thatcher no comprende es que los argentinos creen firmemente que las Malvinas son de ellos. Han enviado contra nosotros pilotos en misiones suicidas (...). Y ellos no tienen helicópteros de rescate en el mar para recuperar después a los pilotos. Realmente, la valentía de todos sus pilotos demuestra que tienen mucho más que un “tibio” interés en las Falklands (Malvinas).”[6]
En la actualidad, este acontecimiento militar es una herida que todavía no ha terminado de cerrarse, por cuanto una vez eliminado el impopular e ineficaz gobierno militar y reinstaurada la democracia en el país a partir de 1983, el gobierno argentino ha continuado con sus reclamos pacíficos en pro de un entendimiento entre las dos naciones, sin embargo, hasta el día de la fecha no hay todavía una respuesta determinante del gobierno inglés acerca del justo reclamo argentino sobre la soberanía de las Islas Malvinas.
Lo que quiero expresar en este posteo es, además de la veracidad del reclamo, es el justo homenaje a todos aquellos jóvenes soldados que dieron su vida en esta guerra injusta y totalmente ineficaz, como lo indicó David Tinker: “ (...) Esta no es una guerra entre países civilizados. No estamos luchando por una buena razón (...) sino por un “principio” entre dos dictaduras.”
[7]
En consonancia con este planteo, numerosos escritores expresaron sus ideas acerca del alcance que este conflicto tuvo en el inconsciente colectivo de nuestra nación:
“(...) todo cuanto se haga en este sentido servirá para demostrar la solidez de los títulos argentinos y para evidenciar (...) cómo la República no olvida que existe un trozo de su territorio sobre el cual no ondea el pabellón nacional...”
[8]
“(...) el fracaso del usurpador está en nuestro reclamo constante (...). La resistencia obstinada al hecho cumplido (...) no es estéril. Ha proporcionado al derecho de gentes actual, esta idea esencial: que la cuestión de las Malvinas es una cuestión pendiente.”
[9]
“ (...) Nuestra causa es, sin duda, la del débil contra el fuerte (...). Pero tenemos la fuerza que da la convicción de las causas justas.”
[10]

Para finalizar, quiero dejarles, para la reflexión, un poema de Jorge Luis Borges acerca del conflicto y una parte del prólogo del padre de David Tinker, que expresan el respeto que se debe manifestar hacia los caídos de ambas partes, porque aunque la guerra haya enemistado a nuestras naciones, no por eso hay que dejar de tratar con respeto a las personas que cayeron y vieron sus sueños e ilusiones desvanecerse frente a la ambición de sus respectivos gobiernos en lugar de acordar en paz la solución a este problema:

Juan López y John Ward

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Jorge Luis Borges, en Los conjurados (1985)

“Hace quince años dediqué a David un pequeño libro, y escribí debajo de su nombre un pensamiento sobre los acontecimientos del pasado y del futuro:
Y algunos han sido cantados, y eso fue el ayer,
Y otros aún no lo han sido, y eso puede ser el mañana.
El mañana de David fue demasiado breve. También lo fue para los otros jóvenes marinos, soldados y aviadores que dejaron sus vidas en las Falklands (Malvinas)
Los recordaremos.”
[11]
De esta manera, espero haber podido dar a conocer mi humilde homenaje a los caídos, los principales perjudicados por esta guerra, para desear que en un futuro próximo se pueda solucionar esta cuestión pendiente, coincidiendo con lo expresado por Ricardo Caillet-Bois: “ (...) esta decisión (...) apuntala y exalta más nuestra esperanza de que ha de llegar la justiciera hora en la cual el país recuperará las islas que sin ningún derecho le fueron arrebatadas por la fuerza...”[12]
Notas:
[1] Groussac, Paul: A propósito de las Islas Malvinas (compendio de la obra de Paul Groussac). Banco Nacional de Desarrollo. Buenos Aires. 1982. Págs. 35-36.
[2] Del Carril, Bonifacio: La cuestión de las Malvinas. Emecé, Buenos Aires, 1982. Pág. 29.
[3] Groussac, Paul: Op. Cit. Pág. 10.
[4] Groussac, Paul: Ibidem. Pág. 16.
[5] Groussac, Paul: Ibidem. Pág. 31.
[6] Tinker, David: Malvinas. Cartas de un marino inglés. (Compilación de Hugh Tinker) Emecé. Buenos Aires. 1983. Pág. 71.
[7] Tinker, David: Ibidem. Pág. 55.
[8] Caillet-Bois, Ricardo R.: Una tierra argentina. Las Islas Malvinas. Academia Nacional de la historia. Buenos Aires. 1982. Pág. 15.
[9] Palacios, Alfredo: Las Islas Malvinas. Archipiélago argentino. Biblioteca de Escritores Argentinos. Vol. 32. Editorial Claridad. Buenos Aires. 1934. Pág. 13.
[10] Del Carril, Bonifacio: Op. Cit. Pág. 77.
[11] Prólogo de Hugh Tinker, en Tinker, David: Op. Cit. Pág. 16.
[12] Caillet-Bois, Ricardo R.: Op. Cit. Pág. 15.

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